Enfermeras y fisioterapeutas, hagámonos valer
Dicen las malas lenguas que el negocio del siglo es comprar a un argentino por lo que vale, y venderlo por lo que dice que vale. Pero más allá de que no hay nada más sano que reírse de uno mismo, este comentario me viene muy a cuento. Soy Diplomado en Fisioterapia y en Enfermería, y desde mis comienzos como alumno no me he cansado de repetir que no sabemos valorarnos, ni defender nuestra profesión.
Por una parte, enfermeras y enfermeros padecemos aún el estigma de las practicantes no universitarias y de las monjas que, aunque su función era digna de aplaudir, se mantenían bajo la tutela del médico, y obraban a expensas de sus decisiones, sin capacidad de discernir y de tomar la iniciativa. Comprendo que desde hace unos años esto ha empezado a cambiar, pero hoy en día, ese aumento de libertad, en algunas circunstancias nos obliga -ya sea por desidia patronal, fallo del facultativo, o por exceso de autoconfianza- a realizar tareas que no debemos hacer. Nos quejamos todo el tiempo entre nosotros, nos incineramos (el burnout quedó en el pasado), doblamos turnos a cualquier hora y día del año, aceptamos contratos inestables y nos marean con los cambios de servicio y los altos ratios de pacientes; no decimos nada ante el cuentagotas de las especialidades que van surgiendo, sin reclamar de una vez por todas la aparición a corto plazo de todas las demás especialidades, tantas como especialidades médicas hay, y darle así la excelencia definitiva a nuestra profesión. Pero ahí seguimos, firmes y dando la cara todo el tiempo, por los pacientes, por la sanidad pública y por las empresas de salud. Es momento de decir basta sin dejar esa nobleza de lado.
Como mi tensión arterial aún está en valores normales, voy a seguir escribiendo.
Le toca el turno a los fisioterapeutas. Esta carrera es de una belleza incomparable; pero lo bello, si es frágil, pierde presencia. Siendo más joven que la enfermería, pero ya rozando la edad adulta en cuanto a años de vida universitaria, aún sigue recibiendo el azote-chiste-comparativa de la pobre mujer china que hace masajes en la playa para subsistir. Y preocupados más por quedar bien con el club deportivo que nos hace el ofertón de trabajar gratis -sólo faltaría que nos quisieran cobrar- para adquirir experiencia y no quedar mal porque la ciudad es pequeña, o hacer un triste bono de groupon con un 50% de descuento para mover pacientes que difícilmente lleguemos a fidelizar (al siguiente terapeuta que haga un descuento, ahí se irán corriendo a recibir “masajes” baratos), terminamos olvidándonos de lo verdaderamente importante, que es aprender a vendernos, y vendernos bien. Para empezar, defender la palabra fisioterapia con uñas y dientes, haciéndole entender a nuestros sindicatos, colegios, empleadores, y sobre todo a nuestros pacientes que somos una carrera profesional sanitaria, que basamos nuestras técnicas en la evidencia científica, la cual demuestra que lo que hacemos es efectivo, y que lo aplicamos con criterio y sentido común. Y al mismo tiempo, ese acto de amor propio nos hará ser diferentes al resto de pseudociencias que muchas veces nos confunden y obnubilan, porque antes que cualquier especialidad científica o no que adquiramos con el tiempo, somos fisioterapeutas. Y si hace falta poner un anuncio de página dominical de periódico con una frase corta pero no menos efectiva del tipo, “si tienes dolor, acude a un fisioterapeuta”, se pone. Qué diablos.
Hay que unirse, hablar, compartir, generar un objetivo común, y hacer valernos; que para eso somos los que estamos cada día en el frente de batalla como responsables directos de la mejora del paciente; y lo somos. Es el momento de hacer entender a los demás que somos colectivos imprescindibles, que estamos unidos y que no pararemos de crecer, como el ego de un buen argentino, que no se lo cree, lo siente.